Con fundamento en las entrevistas
realizadas a varios pobladores de El Cristo y Unión, provenientes de La
Quebrada, se pueden avanzar algunas consideraciones.
El modus operandi más antiguo de las familias para su desplazamiento en
el siglo XX era el siguiente: primero llegaban a la casa de algún conocido,
mientras construían su casa de bahareque. Luego le pagaban con el trabajo de
siembra al que los había hospedado en su casa. Era una especie de alquiler,
pagado con trabajo.
Por terreno no había problema, durante
los años 40 y en esta zona más apartada de las quebradas, porque nadie se hacía
pasar por propietario. Así lo cuenta el señor Evaristo Mujica: Terreno sin dueño pues, porque cada quien se
hacía dueño del terreno… (rozaba) y ya
era suyo.
Eso se explica pues tras la
depresión del 29 y la consecuente caída de los precios del café muchos de estos
territorios habían sido abandonados.
Los habitantes de la Quebrada,
que llegaron a ser más de cincuenta familias (incluyendo Quebrada Grande, El
Ingenio, Santamaría y otras cercanas), tenían cada quien su siembra y sus
animales. El método de preparación del terreno para siembra era la roza, y la
quema posterior, lo que queda establecido como un método mucho menos abrasivo
que la quema extensiva.
Sembraban caraota, frijol, yuca,
maíz, caña[1],
quinchoncho, ocumo, cambur, café, cacao, y en menor cantidad, tomate y otras
hortalizas; y criaban animales: cochinos, gallinas, chivos, unas pocas vacas, caballos
y burros para carga. El señor Virgilio tenía bastante burro. Los empleaban para
subir la cosecha y venderla en la ciudad. En el puente de La Matica y en el
Cabotaje vendían sus productos. Al señor Tomás Manso, de Puerto Escondido,
también le llevaban mercancía. Además, los vecinos de la Quebrada plantaron
árboles de aguacate, mango, naranja, limón, lechosa y otros. Las matas de onoto
y otras ornamentales eran comunes en las cercanías de los ranchos. Algunas
mujeres, acompañadas de sus hijas o nietas, subían desde la Quebrada con su
cesta de aguacate para la venta. Posteriormente se comenzaron a comercializar
los terrenos y casas. El señor Celso, por ejemplo, vendió su terreno por los
años 60.
Además del trabajo de conuco,
cría de animales y bodegas, otras actividades económicas eran la producción de carbón
de madera y la apicultura (desarrollada por Juan Rojas, el colmenero).
Sobre la fabricación de carbón
evoca J.G.:
Mi papá (Basilio) era carbonero. El carbón era la leña. Uno cortaba la
roza, sacaba la madera, los palos, tumbaba con hacha, después quemaba la roza.
Después papá la rodeaba. Después iban y armaban el horno. Yo lo sé armar. Lo
tapaban con tierra y monte. Mi papá y mi tío Nicolás hacían carbón, y lo
llevaban a vender en Don Marcos Díaz, los almacenes mayores, en Cabotaje, junto
a la UNESA. Don Marcos compraba
verduras, granos, carbón y, en general, la cosecha de los conuqueros; además
les vendía el mercado, que lo pagaban con frecuencia con su cosecha. A los
conuqueros habituales también les fiaba, hasta el tiempo de la cosecha. A Tomás
Manso, en Puerto Escondido, le llevaban tomates, maíz. Los sábados era el día
de mercado. Subían con todos los burros a llevar la carga al mercado. El que no
tenía burros, o tenía mucha carga, alquilaba el flete de los burros.
Otra actividad complementaria era
la caza. Todavía en el año 2017 nos tocó ver en el recorrido de la quebrada a un
grupo de cuatro cazadores, con sus perros y escopetas, siguiendo la pista de
los báquiros.
Nosotros cazábamos venado, báquira, lapa, acure, y toa vaina –recuerda
Evaristo M. Nosotros no teníamos perros
pero la demás gente tenía perros. Le echaban los perros al venado. Hay que
saberlo cazar, corre más duro que el carajo. Los perros los buscaban por el
rastro. Perro arrecho. Perros buenos. Unos que llamaban los López, unos que
vivían por Paracotos, tenían perros buenos. Un perro bueno no lo vendían. Había
manadas como de veinte báquiros. [2]
Los báquiros buscan donde retozar y alimentarse
Los perros siguen el rastro de venados, acures y báquiros
Los perros siguen el rastro de venados, acures y báquiros
Los niños jugaban con agua,
hacían pozos –pequeños desvíos- en la misma Quebrada Grande, y se bañaban en
ellos. En esa época las aguas eran limpias y utilizables para el consumo de los
pobladores, humanos y animales. Cuando las aguas del torrente principal dejaron
de ser potables –sobre todo a raíz de los vertidos de los edificios de La
Ladera, ya en los años 70, quedaban no obstante diversos pozos de manantial,
con agua pura, tanto en la Quebrada Santamaría como en la de El Ingenio, y en
la de Guareguarito.
Pozo de manantial en
la Quebrada El Ingenio. De ahí se tomaba agua para beber.
Los niños también jugaban con
metras y pelota de goma. La hora del juego era al anochecer, después de
acarrear el agua necesaria, y de hacer los oficios de la casa. Se agradecían
las noches cuando estaba la luna clarita, pues entonces los hermanos y hermanas
menores podían jugar hasta tarde en el patio de la casa. A veces los niños se acostaban a ver las
estrellas y los cocuyitos que alumbraban con intensidad esos campos.
Los muchachos se enamoraban
cuando iban a la quebrada a buscar agua. Allí se iban conociendo. Por los
caminos y conucos también se encontraban y enamoraban. En época de trabajo se
ayudaban unas familias a otras, o se contrataban a los jóvenes como peones. En
el intercambio de trabajo se iban conociendo más. Los jóvenes varones tenían
más libertad para salir de sus casas de bahareque a visitar a las otras
familias, pero las jóvenes no tanto. Para casarse lo debían autorizar los
padres. El pretendiente hacía la casa de bahareque para la pareja y, tras
obtener el permiso del padre de la joven, se daba por hecho el matrimonio. No
había formalidades ni civiles ni religiosas. Algunos jóvenes varones tenían la
costumbre de lanzar piedritas a la muchacha que le gustaba. Era una señal de su
interés por ella.
Restos de fogón de
vivienda en la Quebrada El Ingenio
Las mujeres todas parían allá
abajo. Se mencionan algunas comadronas. Anselma Castro vivía un poco más abajo
de la Q. Santamaría, en Q. Grande, y era tenida por muy buena comadrona. Josefa
Ramos, vivía en la Q. El Ingenio. Viviana era otra comadrona que vivía en El
Cristo. A pesar de la existencia de estas pocas comadronas, también se conoce
algún caso de neonatos muertos, como dos morochos Granadillo.
La gente poco se enfermaba. Cada
familia usaba sus propios remedios naturales. Los remedios de la mamá de
Claudia Rojas eran los siguientes: la fregosa con el mastuerzo para los
parásitos, para la diarrea la sopa de cambur verde y ocumo, para la fiebre la
mata de cundiamor, para dolores de barriga el ajo con aceite, para el oído el
árbol de algodón, la mata de malva para el dolor de cabeza, pasote para la tos.
Cuentan que Luis José quitaba mal de ojo y curaba picado de culebra. El señor
Evaristo Mujica, cuando vivía en la Quebrada, fue picado por una tigra en el
año 1964 y ensalmado por este José Luis o Cipriano, otro vecino conocedor de
tales artes.
En relación a la educación,
tampoco había maestra ni escuela, a excepción de la maestra Aurora, que vivía
en la boca de la Q. El Ingenio, y que es recordada entre los años 1950 y 1965
dando clases. El gobierno de la época pagaba a la maestra, que vivía en la
ciudad y bajaba a la Quebrada a dar clases en una casita con patio, que las
familias habían dispuesto para ello. Los hermanos mayores de Claudia Rojas
aprendieron a leer y escribir con ella. Las hijas de Gabino Mujica también
recibieron clases de esta maestra.
No había luz eléctrica, ni llegó
a haberla en la Quebrada. Utilizaban lámparas de querosén. Allí poco se
escuchaba música, ni había radio. Sin embargo, había varias bodeguitas y
canchas de bolas (Nicolás González y Jesús Pacheco tenían cancha). Y había
algunos arpistas y músicos (Eusebio Reveti, Gabino Mujica y Ramón Huerta tocaban
arpa; Evaristo Mujica, su hijo, y Basilio González cantaban). Más tarde se
usaron radios a pila, y también linternas para alumbrarse.
Pila de linterna, pieza de lavaplatos, y
rueda de caucho maciza,
Poste testigo del proyecto incumplido de
electrificación de la Quebrada
electrificación de la Quebrada
(cerca del año 1970) por el antiguo
sendero de San Corniel.
Mi papá Basilio cantaba joropo mirandino.
Papá me contaba. Amanecían en la quebrada bailando y tomando. Tomaban
cañablanca (o cañaclara) y vino para las mujeres. Era vino dulce, Sagrada Familia.
Las mujeres no tomaban caña. Pero ahora no, ahora está todo eso igualito. (JG)
Hilera
de cauchos delimitando la cancha de bolas al borde de la Quebrada. Así como ésta, existieron varias canchas, tanto en Quebrada
Grande, como en Quebrada Santamaría y en
Quebrada El Ingenio.
[1] Menciona
la caña la señora Valentina, cuyo papá provenía de Lara. Actualmente, Manuel
Yépez, oriundo de Lara, también muestra interés por la siembra de la caña.
[2] Ver https://es.scribd.com/doc/69856147/Historia-Local-de-Paracotos,
para una referencia más amplia a la fauna y la caza.
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